La evolución del Web 2.0 hacía la descentralización es muy prometedora para los usuarios, promoviendo nuevas interacciones sin intermediarios y dando lugar a lo que se conoce como Web 3.0, un tipo de web más abierta, sin permisos, y sin confianza, impulsada por la tecnología blockchain y que cada vez esta cogiendo más fuerza ya que rompe con todo lo establecido hasta ahora.
Para entender que es la Web 3.0, que podemos esperar y como la tecnología blockchain juega un papel importantísimo en esta evolución, primero deberemos ponernos en contexto.
Con la aparición de internet y su expansión hacia el uso más comercial, pronto nació la Web 1.0, una web que giraba en torno a links y donde la mayoría de los usuarios eran consumidores de contenido. Este tipo de web se caracterizaba por su descentralización, protocolos abiertos y gobernanza en manos de la comunidad.
La comunicación entre participantes se llevaba a cabo en páginas web estáticas con una interfaz muy diferente a la que estamos acostumbrados a usar y de solo lectura, es decir, webs unidireccionales en las que no existía una interacción directa entre los que generaban el contenido y los que lo consumían.
En 2004 Tim O’Reilley popularizo el término de Web 2.0 o también llamada Web social, donde ahora los usuarios podían generar contenido de una manera mucho más simple y dinámica, así como interactuar con otros usuarios para potenciar sus redes y expandir su impacto en estas nuevas webs.
El diseño se centra en el usuario, volviéndolo mucho más participativo e interactivo, y dejando a un lado a los participantes con solo el rol de creadores para convertirse en creadores y consumidores de la información al mismo tiempo.
Las grandes empresas como Google, Meta, o Amazon pronto se dieron cuenta del potencial de estas nuevas webs, donde la gran adopción y participación de los usuarios incentivados por sentirse parte de una comunidad en un entorno digital, dio lugar a un nuevo modelo de negocio que estas empresas podían explotar y monetizar. Nos referimos al negocio de los datos.
Los datos que hasta ese momento no jugaban un papel tan importante en nuestra sociedad se empezaron a masificar, y usar para crear modelos predictivos y estudios basados en las tendencias y comportamientos humanos y de consumo, que más tarde se comercializaban a otras empresas permitiéndoles adaptar sus cadenas de producción, logística o servicios a las tendencias de consumo de la sociedad.
Dicho de otra forma, podemos definir el Web 2.0 como el “internet” que utilizamos hoy en día, un internet dominado por grandes empresas que ofrecen servicios a cambio de datos personales, los cuales están almacenados y gestionados de manera centralizada y donde el usuario no tiene el control sobre ellos.
Si hacemos una breve reflexión estas grandes compañías han sido prosperas gracias a su comunidad, es decir, gracias a los participantes que forman parte de estas plataformas y que debido a sus continuas interacciones y flujos de información han creado un ecosistema repleto de valor.
Los usuarios son los que crean y hacen posible estos negocios, sin embargo, se encuentran en un segundo plano, en una situación desfavorable e injusta, donde a pesar de sus aportaciones continuas, no reciben nada a cambio. El valor que generan no les retorna, disipándose a las manos de unos pocos.
¡Esta historia me resulta familiar!
La Web 3.0 vuelve a dar un giro radical a lo que veníamos haciendo hasta ahora, posicionando de nuevo al usuario en el centro, como creador y dueño de sus datos, de su vida digital, ofreciéndole poder, libertad y propiedad.
Para hablar de Web 3.0 tenemos que echarle la culpa a la tecnología blockchain, que, aunque no es la única que impulsa este nuevo cambio, si que es la principal, ya que otras tecnologías como el big data o IoT, se pueden ver más como tecnologías un tanto totalitarias centradas en las grandes entidades con poder y no en el usuario de a pie.
La tecnología blockchain apareció con llegada de Bitcoin, con la propuesta de ofrecer a la sociedad una forma de dinero digital, sin censuras, descentralizado y libre de intermediarios cuyas políticas monetarias pudiesen poner en peligro la salud del activo. Pero no fue hasta la aparición de Ethereum con sus smart contract (que a su vez permitieron la creación de DApps y DAOs) , que esta tecnología colaborativa formada por una comunidad fuerte, promovió su evolución hacia nuevos sistemas más complejos que aprovecharon los fundamentos técnicos del Bitcoin, para extrapolar su filosofía y potencial a otros sectores, con el objetivo de empoderar a los usuarios y desvincular a las compañías que hasta ahora tenían el control total.
Una de las principales propuestas que arrastra esta tecnología es ofrecer a los usuarios la libertad de poder realizar transacciones P2P (peer to peer), cuya información se encuentra administrada y distribuida en múltiples puntos bajo el control de la red y no en servidores de compañías privadas.
Esto quiere decir, que ahora los flujos de información están descentralizados y que los usuarios pueden intercambiar valor y aprovecharlo para su propio beneficio, y el resto de la comunidad, mediante modelos tradicionales replicados en este nuevo internet o creando nuevos e innovadores modelos de negocio que hasta ahora eran imposibles de concebir.
La Web 3.0 en este contexto, podríamos decir que coge lo mejor del web 1.0, y el web 2.0, creando un entorno abierto a interacciones entre personas y máquinas, sin puntos centralizados de control, flujos de información más ricos y transparentes, donde los usuarios son los que crean y monetizan.
Para ver esto con un ejemplo más clarificador podemos pensar en las personas como los influencers que contribuyen con su tiempo y esfuerzo en las redes sociales, generando contenido para alimentar a sus seguidores y atraer a otros nuevos. Si bien es cierto que estos influencers se ven recompensados, el valor total que generan se queda en manos de los administradores de la plataforma donde desarrollan su actividad, y debemos pensar que si estas compañías en algún momento quieren cambiar las reglas de juego y ofrecer una menor compensación a sus usuarios o directamente cerrar sus sitios web, no es difícil de imaginar que todo el trabajo y comunidad generada se perdería.
Si la web 1.0 se basaba en links y la web 2.0 se basa en likes, la web 3.0 se basa en tokens, unidades de valor registradas en la blockchain capaces de capturar el valor generado por una comunidad y devolverlo en beneficio de sus integrantes.
Como ya sabemos por otros artículos, los tokens permiten representar cualquier activo digitalmente y comercializarlo con otros usuarios sin restricciones ni fronteras, y en esto es precisamente en lo que se basa esta nueva web, en pequeñas economías que giran en torno a los usuarios y que están respaldadas y potenciadas por los tokens, permitiendo que su participantes puedan generar, medir e intercambiar valor gracias a ellos.
El potencial del Web 3.0 es inmenso, así como su aplicación al sector inmobiliario, tema que reservaremos para otro post.
Por último, me gustaría recordar que la Web 3.0 a día de hoy esta limitada y condicionada por su adopción y aunque es cierto que ya estamos viendo una gran incursión en algunas industrias con un menor riesgo de contraparte como la financiera, todavía queda un largo camino, que se irá acortando cuando la tecnología empiece a consolidarse en la sociedad mediante la educación, así como con el desarrollo de plataformas mucho más intuitivas y fáciles de usar.
En conclusión, la Web 3.0 representa un avance significativo en la evolución de la web. Esta nueva era se enfoca en la descentralización, la transparencia y la privacidad de los usuarios, lo que permite una mayor seguridad y autonomía en línea. La tecnología blockchain y los contratos inteligentes son algunos de los pilares de la Web 3.0, lo que permite nuevas formas de interacción y colaboración en línea. A medida que la tecnología avanza y más usuarios adoptan esta nueva forma de interactuar en línea, podemos esperar que la Web 3.0 tenga un impacto significativo en la sociedad y en la forma en que interactuamos con el mundo digital.
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